-Ey Jimmy, ¿Te acuerdas de aquellos maravillosos años de carrera?
-Claro que si Chuck, la cerveza, las chicas, los días de la hermandad, jajaja, que risas.
-Sin duda fueron buenos años... bueno... quitando ese asunto...
-Ah... ya... Susy...
-Si bueno, el otro día me dio por pensar en ella y...
-¡Pero eso se acabó! ¡Tienes que olvidarla! ¡Está muerta me oyes, muerta! Todos sufrimos con ese terrible accidente. Si yo no me hubiese bebido el líquido de los frenos... pero tu tuviste que sacar el tema, volver a desenterrar a los viejos fantasmas. No, Jimmy, no lo olvidaré nunca, nunca jamás, porque yo también la quería, porque era la madre de mi padre, porque al fin y al cabo compartimos una vida juntos. Pero si continuamos culpándonos por aquello, por algo que hicimos durante nuestra juventud, ¿qué sentido tiene nuestra vida? Yo ahora estoy casado, tengo mujer y tres hijos, una amante a la que mantener y un bastardo que tuve con un transexual en Tailandia. Siento que mi vida esta completa bajo ningún concepto miraré atrás y diré: no debí conducir esa bicicleta aquella noche.
-¡Cómo puedes vivir con esa culpa maldita sea! Yo... yo no puedo olvidar. Intento no pensar en ello, pero cuando me llega la ira, cuando oigo a mis hijos gritar al pillarse la cabeza con la puerta, recuerdo aquellos aullidos inhumanos, la sangre en el árbol, el pelo sucio e inerte en mi boca y como intentaba volver a colocarse el cuello en su sitio. Mi mujer está harta de que pegue palizas a mis hijos, dice que nos van a terminar denunciando pero no puedo mirar al futuro... el futuro murió un domingo en aquella colecta para la iglesia.
-Jimmy, yo ya no puedo hacer más por ti. Aquí tienes esta pistola de clavos. Acaba con tu vida, termina ya este sufrimiento. Yo cuidaré de tu esposa y daré palizas a tus hijos para que algún día recuerden que tuvieron un padre.
-Chuck... te amo.
-Yo también te amo Jimmy.
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