Hoy hemos recibido un email muy interesante de una lectora. Como en El Odeón de Protion estamos faltos de ideas por culpa de Zapatero, aprovechamos para publicarlo y así mantener esto abierto.
Hola:
Me llamo Vanesa. Leo todos los días este blog y ya me conozco la mayoría de las historias. Como lectora habitual, siempre me he preguntado si estas historias que escribís son ciertas, hasta que hace un par de meses me ocurrió algo tan extraño que finalmente me he decidido a enviároslo y haber si me lo publicáis.
Desde que dejé mi ciudad natal para irme a vivir al extranjero, me han ocurrido cosas muchas cosas, unas mejores, otras peores, otras extrañas. Y es precisamente sobre esto último sobre lo cual quiero hablaros. Empecé hace un par de meses la universidad y cuando llegué a mi ciudad destino, tuve un pequeño problema con las maletas: una se me quedó enganchada en el andén y no podía hacer nada para sacarla. Por suerte (o por desgracia) apareció un chico muy educado que amablemente se ofreció a ayudarme con la maleta. Era guapete, alto, pelo rizado, con gafas... el típico chico por el cual las chicas perdemos la cabeza. Embelesada que estaba yo, le dije que si podía acompañarme al campus universitario, a lo cual se ofreció gustosamente, pues también era su destino.
Cuando llegamos nos dimos cuenta de que no teníamos compañero de habitación y como el chaval me pareció buen tipo, le insinué que si quería ser mi compañero. Él dijo que no le importaba, que también había llegado tarde al cuatrimestre y estaba solo. Así pues, empezó la convivencia.
Todo iba normal durante las dos primeras semanas, ni una queja por mi parte. El piso estaba limpio, no había ruidos, Sam limpiaba cuando le tocaba, todo perfecto. Era tan perfecto que me tomé la molestia de prepararle una sorpresa la mañana de su cumpleaños. Al ir a despertarle, me lo encontré debajo de su cama durmiendo. Me oyó entrar y en vez de sobresaltarse, se levantó, me saludó y se fue a desayunar. Cuando vio que le había preparado el desayuno me dio la gracias y se marchó sin más a clase. No volví a hablar del tema con el, y terminé olvidándolo.
Pero a los dos días algo extraño volvió a suceder. Entré a casa después de ir a clase de pintura al Plastidécor en Humanidades y me encontré a Sam hablando frente a la pared, de pie. Al verme llegar, el me sonrió y a continuación siguió con su conversación. Yo me puse muy nerviosa, no sabía lo que hacer, estaba asustada. Así que le pregunté que que demonios hacía, que si estaba loco. De repente, Sam se sobresaltó, empezó a gritarme y a decirme que quién narices me creía para decirle esas cosas tan horribles. Se puso a llorar y a correr por toda la casa, hasta que finalmente se metió en el armario de la cocina. Me sentía fatal, y encima el armario estaba lleno de zapatos. Con un poco de angustia, fui a abrir la puerta del armario. Le hablé con voz cariñosa, para calmarle, le dije que no quería ofenderle. El no respondía. Finalmente me decidí a abrir la puerta y al mirar dentro... ¡ya no estaba! Os juro que miré a conciencia, pero allí no había nadie, solo zapatos desordenados. Esperé unas horas y terminé llamando a la policía, pero ni en el campus ni en la comisaría sabían nada de un tal Sam.
Al final me cambié de habitación, pero por si acaso he atado con candado todos los armarios...
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