Por suerte todo cambió el día que un asteroide cayó del cielo. La roca explotó en el aire y llenó de luz todo el pueblo. Todos salieron a la calle para celebrar aquel confeti estelar con la que Dios regaba sus casas y sus prados.
¡Que precioso espectáculo! ¡Qué luces más brillantes! ¡Qué incendios! Si, porque aquella lluvia celestial actuaba como el sofisticado napalm y arrasó todo cuanto pilló a su paso. Huertos, casas, campos. La gente ardiendo salía despavorida, incapaz de mantener la calma y sentarse a pensar que hacer ante esa catástrofe.
Cris estaba horripilada, pero al mal tiempo buena cara. Cris tomó un par de sacos y se dedicó a desvalijar las casas vacías de los inquilinos de funesto destino. Por desgracia, una viruta de condrita la cayó en la falda y en menos que canta un grillo su vestido fucsia estaba ardiendo. Aterrada, Cris se quitó toda la ropa y salió despavorida. Pensaba que Dios, por robar, la había dado un toque y sería mejor dejarse de hurtos.
Desnuda, con el cuerpo sucio por la ceniza, pero eróticamente sudada, consiguió zafarse de las manos moribundas de los inquilinos furiosos y salir a la calle, a la libertad. Casualidades de esta vida, Cris choco de frente con el coche de Hardy Herion, un millonario de Chipona Village, pueblo cercano de pavimentadas calles. En cuanto Hardy vio a aquella chica pelirroja aparecer de esas maneras, algo brotó en su interior. Su madre había sido limpia chimeneas, el ya no se acordaba de ella, solo de su carne blanca estampada de hollín. Anodadado y furioso, a Hardy se le olvidó frenar y se empotró contra la pobre chica que se cruzó en su camino.
Hardy se bajó rápidamente del coche para asistir a la pobre Cris. Magullada y confusa, terminó por desmayarse en los brazos del millonario.
Nervioso y asustado, Hardy cogió una pala y comenzó a excavar en un jardín cercano, como ya hizo diez años antes y tiró a la fosa a la pobre muchachita, que medio inconsciente intentaba luchar en vano quitandose la tierra que le caía encima.
Al día siguiente el sol brillaba, los pajaritos cantaban y las nubes se levantaban. Y en aquella fosa, Cris abrió los ojos. Encontró una pesada carga encima. Era Hardy. Su esternón había estallado en dos partes y olía a carne quemada. Un último milagro, un trozo de metralla espacial, había atravesado al muchacho y le había reventado por la mitad. Cris encontró en los bolsillos del muchacho un fajo de billetes de 100 dolares, unos planos y las llaves de su coche. Sin pensárselo ocho veces, se arrastró fuera de la tumba, arrancó el coche y puso rumbo hacia un lugar... sin duda un lugar mejor.
-Fin-
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