jueves, septiembre 20, 2007

Agarrucio el comedor de olivas

No muy lejos de donde yo vivo, en la antigua capital Omeya, vivía un viejo que tenía un hijo que era muy aficionado a comer aceitunas. Por desgracia, su apetito era tal que al cabo de un tiempo en vez de sudar agua, sudaba aceite. Esto enojaba a su padre alfarero, pues a Agarrucio todo se le escapaba de las manos. Y lo peor de todo es que cuanto más erraba, más nervioso se ponía y más cosas se le caían. Hastiado el padre de la ineptitud de su retoño, decidió mandarle a las frías montañas de la sierra, donde no pudiese sudar y donde no crece ni un olivo donde saciar su vicio.

Triste y compungido, nuestro amigo caminó y caminó hacia las montañas, cruzando valles y pasos estrechos. Lloraba y lloraba, gemía y gemía. Por cada dos pasos que daba, uno patinaba con su babucha y se caía.

Al cabo de unos días llego a un viejo puente romano y cansado de la vida decidió acabar con ella y tirarse desde él. Por desgracia o por gracia de los dioses, la baja densidad de su óleo cuerpo le hizo emerger y salió a flote como un corcho. Desfallecido por el cansancio se dejo llevar corriente abajo a donde el agua le depositase.

En esto que a lo lejos le vió aparecer una joven que se estaba lavando en el río despues de largo día en el campo cultivando el trigo. Sus manos asperas habían dejado de ser pronto las de una muchacha y temía no encontrar marido apuesto fuera del pueblo por su poca feminidad. Cuando fue a recoger a Agarrucio notó como el aceite hidrataba sus manos y éstas tomaban un bonito color bronceado y brillaban con los reflejos del sol.

Sacó con cuidado del agua al hombre, lo montó en su mula y se lo llevó a la aldea para dar la buena noticia de su cura a sus amigas.

Jubilosas todas ellas y con sus nuevas y resplandecientes manos. Agarrucio era constantemente agasajado y masajeado por todas las villanas.

No tardó en acostumbrarse a aquella manera de vida y por fin se sentía feliz en un sitio. Y es que cuando tenemos buena estrella, no hay manera de evitar ser felices. Corrió rápidamente el rumor de aquel hombre milagroso y no fueron pocas las mujeres ya entradas en años que supieron aprovecharse de aquel don. Pues ya se sabe que las señoras pierden facultades con el tiempo ya que los humores suelen desvanecerse con los años. Así Agarrucio pudo hacer felices no sólo a las jóvenes proporcionándolas belleza exterior sino también a las más maduras dandolas algo más interior.

Y al cabo del tiempo todas pudieron gozar de aquellos juegos y Agarrucio amasó gran fortuna visitando palacios y dando gran hermosura a las doncellas de todos aquellos lugares.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Y colorín colorado este bonito cuento al estilo trovadoresco se ha terminado, bueno falta decir que el tal Agarrucio se puso literalmente las botas.

Muy buen cuento, al estilo antiguo.

Saludos :-)

Protion9 dijo...

Eran buenos tiempos aquellos del Renacimiento, jejejeje.

Leete El decamerón si te gustan los de este estilo. Bellas italianas, frailes pícaros, mercaderes avaros,cornudos y cornudas, no me vaciles que si saco la espada te enteras...

Saludos :D

Anónimo dijo...

buenas protion!
la verdad es que esta pequeña historia me ha encantado, me recuerda a los cuentos k escribias hace casi dos años. Imaginativa ante todo y algo picaruela eh??.
bueno Pro, espero que sigas deleitandonos con estas pekeñas obras maestras.
Un beso!!!!!

Protion9 dijo...

A ver hasta cuando me llega la inspiración, que ya sabes que me da muchisima rabia no poder mantener el tipo. Es que ni siquiera me viene, va y viene, como los cantos de las sirenas, jajaja.

¡Un besico guapa!