Viajó cientos de millas éste nuestro señor Janum a lo largo de desiertos y selvas, predicando la palabra de Megadios el que solo puede ser nombrado a todas horas porque su nombre en vano no es pecado, y encontrose con cuatrocientos paganos que le increparon y le lanzaron todo tipo de productos de la huerta por ser el azote del pecado.
Cansado pero fortalecido por la palabra del Señor, cogió nuestro más erudito hombre que haya pisado en la tierra e invocó al gigante Azzurro, demonio de la tierra y azote de paganos y ordenó al enorme ser que se lanzase sobre aquellos ateos, que destruyese sus casas y violase a su ganado. Y así hizo la mole azul y destruyó hogares con sus manos, arrancó de cuajo el verde cesped de sus jardines y tomo por las posaderas a muchas de las vacas que pastaban en verdes prados. Y descontrolado el gigante y habiendo probado lo mucho que le gustaba la violencia, empezó a atacar a mujeres y niños, hombres y negros y a todos les hizo el mal que pudo. Janum, apesadumbrado, se empezó a fustigar con un látigo de ocho colas e intentó aplacar la ira del titánico demonio que cual horda de koalas arrasaba el valle entre montañas.
Y así fue como Megadios, en su infinita piedad, mandó a Thor, el dios del trueno a acabar con el gigante y tal fue la ira de nuestro Señor que se desató sobre la tierra tormenta que convirtió la noche en día y cegó al gigante haciéndole caer bajo la desgracia de su propia blasfemia. Cegada la bestia, partió Thor su cabeza con el martillo divino y de allí salió todo mal y pecado que habían asolado a la nación y volvió a hundirse bajo tierra el gigante malherido.
Y así fue como Janum conquistó las almas de los paisanos y así fue como Megadios los acogió en su seno cual rebaño.
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