
Había hace muchos, muchos siglos un gamusino que únicamente comía bellotas. Por desgracia esas bellotas estaban contaminadas con antiamor, un poderoso afrodisiaco que te convertía en el más poderoso de los amantes, pero a la vez te transformaba en un violador insaciable de piedras, minerales, silicatos, sulfatos y carbonatos.
Hasta ahí la vida de nuestro gamusino, Grupete, era normal, el problema llegó al perder buena parte de su miembro al rasparse con las calizas del bosque. Una tragedia amiguitos.
Compungido y dolorido, no tuvo más remedio que volverse un voyeaur del bosque. Al no poder liberar su tensión, su rostro fue afeándose y amonstruosandose, si es que esa palabra existe, pero es que era tan feo que no existe palabra en la RAE que pueda describir el estado de putrefacción facial a la que estaba sometido por el estrés.
Un día no pudo soportarlo más y llego a la linde de un camino, al acecho de que alguien le comprendiese y se dejase montar por él.
En esto que en un campamento para niños y niñas de 10 a 11 años, patrocinado por Pascuala, leche enriquecida con alfa 3, había una niñita llamada Amapashita. Esta niña era repelente como ella sola, pesada, desagradable, olía bien, pero lo cual no quitaba que sus amigos solo quisieran tenerla de espaldas para no tener que ver su desencajada cara cuando hablaba sin parar durante horas.
Asqueados los monitores del campamento, decidieron gastarla una broma a ver si se le quitaban las ganas de platicar: dijeron a la niña que fuera al profundo bosque de los gatitos felices a cazar un gamusino, y que si lo lograba la darían triple ración de cocarrois para cenar. Al fin y al cabo, la carne de gato es barata y abundante, no perdían nada.
Amapashita decidió salir a la busqueda de un gamusino para poder comer esos ricos cocarrois. Ya le estaban saliendo los pechos y la abundante manteca con que eran preparados la proporcionarían una o dos tallas más de sujetador para cuando saliese del campamento.
Armada únicamente de una redecilla para el pelo y un subfusil MP40 alemán, se adentró al bosque en búsqueda de aquellos animalillos de carita mona y barriguilla suave.
¡Qué desgracia, pobre Amapashita! El único gamusino que encontraría en aquel bosque sería uno que le proporcionaría terribles desgarros genitales como se cruzase en su camino.
Y así fue. Tan pronto como el dulce olor de Amapashita cruzó el aire cálido, Grupete la acechó por toda la orilla del camino esperando su momento, el momento más feliz de su vida. Cuando Amapashita atravesó el último árbol y salió a un descampado, Grupete gruñó y saltó con todas sus fuerzas a por la chica. La niña, de un salto tremendo, consiguió zafarse de las poderosas garras del gamusino mutante, tiro el arma y corrió con la redecilla hasta sentirse segura. Sabía que aquel no era un gamusino normal. De repente se sintió sola, desamparada, desesperada, aterrada y vete tu a saber que de sentimientos se le pasan a uno si se encontrase en esa situación tan desamparada, desesperada y aterradora. Por suerte Amapashita era campeona de salto con tiro de balón, lo cual le daba una agilidad impresionante, tanto mental como corporal.
Comenzó a correr con todas sus fuerzas mientras el gamusino la seguía de cerca, hipnotizado por el vaivén de su hermoso culo redondo, lleno de hierbecillas. Con tanto movimiento, Grupete no se dió cuenta de que iba a caer a un profundo foso con duras piedras en el fondo. Y así fue, el sádico gamusino se vio atrapado entre piedras, malherido y confuso. Amapashita cogió un enorme bloque de marmol del tamaño de mi.... cabeza... y la tiró contra el pobre animal, desparramando sus sesos por el firme pedregoso. La muchacha recogió los restos de la bestia y los llevó al campamento triunfante.
Y así fue como Amapashita empezó su exitosa carrera en el mundo de las camisetas mojadas.


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