Resulta que el otro día me enteré de que tengo antepasados cubanos. No sólo eso, sino que un lejano familiar tuvo patente de corso. Lástima que muriese antes de hacerse rico, sino yo ahora os estaría hablando de mi último mercedes estrellado contra mi lamborgini jugando a las carreras con monos amaestrados.
El caso es que aquel hombre me gustó (no sexualmente, claro). He leido algunas de sus cartas: era fanfarrón, alcoholico, pegaba a sus hijos con un cinto de piel de bacalao que no deja marca, se comía a los ingleses crudos... un auténtico ejemplo de superación.
Os contaré la historia de como Empecio estuvo a punto de convertirse en gobernador de la isla de Pascua y porqué al final perdió todo su dinero.
Empecio tenía su propio barco y había ganado una buena fortuna vendiendo marineros ingleses bien formados a las muchachas de familias ricas allá en la lejana Cuba, país lleno de mozas de hábitos exóticos y bebedoras de ron en ombligos anglosajones. Desde las tierras de Quebec hasta el Cabo de Hornos todos le temían y todos le admiraban. Se cuenta en que una ocasión llego a cepillarse a cien doncellas todas alineadas en la barandilla de su velero. Así de grande era su barco.
Por desgracia, la guerra de sucesión en España trastocó el comercio de plata entre las colonias y la metrópolis y nuestro amigo tuvo que dedicarse a otra cosa que no fuese la piratería. En esto que llegó a la lejana isla de Pelostia y se encontró a un viejo francés que le hablaba en cantonés. Este hombre poseía una fortuna invertida en cabezas de ganado. Como Empecio era todo un emprendedor, le pagó al viejo con toda la plata acumulada durante 30 años de piratería y compró todos los toros del rancho del viejo. Estuvo de suerte, puesto que esos mismos toros le sirvieron con gran lealtad para abordar buques mercantes ingleses. Los ingleses nunca se habían enfrentado a toros... ¡carnívoros! Cierto, porque durante dos años Empecio estuvo alimentando a sus toros con cerdos rellenos de alfalfa, así poco a poco hasta que se acostumbraron al sabor de la carne. Luego invirtió un dinero en la compra de esclavos a los que dió de comer a los toros, también rellenos de alfalfa, para que así se acostumbrasen a la carne humana. Cientos de barcos fueron apresados por estas manadas.
Pero todo esto tenía que terminar. Las continuas guerras entre España e Inglaterra estaban dando la situación de que la marina inglesa se componía cada vez de más de niños. Y todos sabemos lo poco que alimentan los niños. Un motín terminó con el sueño de Empecio. Los toros se hicieron con el mando del velero y pusieron rumbo a sevilla para asaltarla.
Nunca más se supo de mi antepasado. Existe un pequeño mausoleo en una de las islas de las Malvinas construido con el dinero de sus cien amantes en el que pone: "Empecio, diablo en tierra o en mar. Con gusto y ganas nos preñó, pero un día la cadera le explotó".
El caso es que aquel hombre me gustó (no sexualmente, claro). He leido algunas de sus cartas: era fanfarrón, alcoholico, pegaba a sus hijos con un cinto de piel de bacalao que no deja marca, se comía a los ingleses crudos... un auténtico ejemplo de superación.
Os contaré la historia de como Empecio estuvo a punto de convertirse en gobernador de la isla de Pascua y porqué al final perdió todo su dinero.
Empecio tenía su propio barco y había ganado una buena fortuna vendiendo marineros ingleses bien formados a las muchachas de familias ricas allá en la lejana Cuba, país lleno de mozas de hábitos exóticos y bebedoras de ron en ombligos anglosajones. Desde las tierras de Quebec hasta el Cabo de Hornos todos le temían y todos le admiraban. Se cuenta en que una ocasión llego a cepillarse a cien doncellas todas alineadas en la barandilla de su velero. Así de grande era su barco.
Por desgracia, la guerra de sucesión en España trastocó el comercio de plata entre las colonias y la metrópolis y nuestro amigo tuvo que dedicarse a otra cosa que no fuese la piratería. En esto que llegó a la lejana isla de Pelostia y se encontró a un viejo francés que le hablaba en cantonés. Este hombre poseía una fortuna invertida en cabezas de ganado. Como Empecio era todo un emprendedor, le pagó al viejo con toda la plata acumulada durante 30 años de piratería y compró todos los toros del rancho del viejo. Estuvo de suerte, puesto que esos mismos toros le sirvieron con gran lealtad para abordar buques mercantes ingleses. Los ingleses nunca se habían enfrentado a toros... ¡carnívoros! Cierto, porque durante dos años Empecio estuvo alimentando a sus toros con cerdos rellenos de alfalfa, así poco a poco hasta que se acostumbraron al sabor de la carne. Luego invirtió un dinero en la compra de esclavos a los que dió de comer a los toros, también rellenos de alfalfa, para que así se acostumbrasen a la carne humana. Cientos de barcos fueron apresados por estas manadas.
Pero todo esto tenía que terminar. Las continuas guerras entre España e Inglaterra estaban dando la situación de que la marina inglesa se componía cada vez de más de niños. Y todos sabemos lo poco que alimentan los niños. Un motín terminó con el sueño de Empecio. Los toros se hicieron con el mando del velero y pusieron rumbo a sevilla para asaltarla.
Nunca más se supo de mi antepasado. Existe un pequeño mausoleo en una de las islas de las Malvinas construido con el dinero de sus cien amantes en el que pone: "Empecio, diablo en tierra o en mar. Con gusto y ganas nos preñó, pero un día la cadera le explotó".
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