jueves, abril 01, 2010

Cita a ciegas

Desde que lo dejé con mi difunta novia (¡quién iba a suponer que la necrofilia es delito en España!), no he tenido mucho tiempo para buscar a la mujer de mis sueños. Pero la vida da muchas vueltas y a veces la persona a la que buscas es la persona a la que te encuentras.

Estaba el otro día yo tan tranquilo dando de comer pienso a los perros de mi barrio cuando me encontré con mi amigo Zacarías, el de rosadas mejillas. Estuvimos charlando largo tiempo sobre la vida, el trabajo, el país y al final salió el tema sentimental. Resulta que mi buen amigo Zacarías acaba de encontrar pareja. El tío es más tonto que un capazo y además no para de expulsar sudor con olor rancio por sus poros. Y yo pensé y dije... si este alacrán es capaz de encontrar a una buena moza, ¿cómo no iba yo, que al menos podía lucir mi sobaco en público, pillar cacho? Así pues, sin más preámbulo me dirigí a mi casa a acicalarme y a buscar a mi princesa.

Todavía conservaba el traje que llevé al funeral de mi novia, con un cepillo quité los restos de tierra y quedó como nuevo. Al poco tiempo recibí un mensaje al móvil: ¡mi agencia de contactos íntimos me había conseguido una cita con una mujer! Me puse en contacto con ella y quedamos en Villa Amor, un precioso restaurante en el centro.

¡Qué nervios Mare de Déu! Llevaba esperando 5 minutos y la mujer apareció. Eso está bien, significa que es lo suficientemente coqueta como para tener la confianza de llegar tarde. Y allí estaba: pelo rosa chicle, vestido naranja, zapatos rojos... sin duda tenía estilo. Al presentarnos olí su perfume, una mezcla entre olor a playa y olor a desierto, indescriptible.

La noche transcurría plácidamente entre gracias, piececitos, botellas de vino de la casa. Todo era perfecto, hasta que mi acompañante se levantó de la mesa y empezó a gritar como poseída por Jesucristo. Yo no sabía que hacer, no entendía que pasaba. al principio pensé que la había saltado un ojo al ir a pelar uno de los percebes, pero luego vi que estaba pálida y miraba detrás mio. Todo el restaurante se nos quedó mirando y yo trataba de calmarla, pero fui incapaz. Al fin, y tras mucho meditar me di cuenta de lo que había pasado: Villa Amor es un restaurante de lujo y suele enseñar los animales vivos a los clientes antes de cocinarlos, Eugreñas, mi pareja, se asustó al ver a unos clientes elegir un par de gatitos para asado y no pudo contener su desazón: los gatitos son más bien para parrilladas. Allí descubrí mi amor por ella. Una mujer de tal exquisito gusto debía ser la madre de mis hijos.

Finalmente tranquilicé a Eugreñas y la dije que no todo el mundo puede tener talento a la hora de comer mamíferos y ella se calmó. Terminamos comiéndonos las sobras de la cena frente al muelle, viendo el amanecer.

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