jueves, diciembre 11, 2008

Una tarde cualquiera

Estaba castigando Joony a su ama cuando de repente llamaron a la puerta. Nervioso y agitado intentó taparse como pudo su traje de cuero para abrir la puerta, cuando sin querer resbaló con el lubricante que barnizaba la tarima del salón. Tuvo tan mala suerte que cayó de cabeza y abrió con la pierna la puerta del pasillo. Frente a él, acojonustiadas se presentaban dos dulces mormonas de grandes ojos y enormes pechos. Incapaz de ponerse de pie, las comenzó a hablar desde aquella infrahumana postura. Las chavalillas, intentando mantener la calma, le empezaron a predicar la palabra del profeta. El pobre Joony no podía parar de sudar debido a que se había quedado atrapado encima de la gloria y los pantalones empezaban a hervir como hierven las aguas al alcanzar la temperatura de 100ºC a 1 atmósfera de presión.

El sudor empezaba a acumularse como ríos de agua salada y comenzó a bajar hacia la zona pélvica del pobre Joony, aumentando así su carga genital en un 200%. Las pobres mormonas ya no sabían que hacer, constantemente se santiguaban, besaban la Biblia y atusaban sus crucifijos mientras seguían soportando aquella escena luciferina, como prueba de negación al Diablo.

De repente una de ellas empezó a gritar poseída. Su compañera, incapaz de pararla optó por huir por las escaleras mientras que al arrancarse la camisa blanca de cuajo, mostraba sus níveos pechos por toda la calle.

Por suerte, un amigo mormón que pasaba por ahí pudo percatarse de toda la historia, con su poderoso brazo de jugador de fútbol americano arrancó una seña del ceda el paso y corrío raudo y veloz al encuentro de su otra churri. Con un poderoso movimiento de su poderoso brazo logró despegarla cual crepe del hinchado paquete de Joony.

Todos cerraron las puertas de su corazón y nadie volvió a hablar del tema.

-FIN-

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