viernes, febrero 02, 2007

Era una tarde muy fría, casi de invierno.

La verdad es que la noche anterior fue demasiado extraña de por sí. No bebí demasiado. Pero aún así, me encontraba raro; como con ganas de pasarme de la raya, de dominar la situación. Pero, ¡ay, de los pájaros que vuelan muy alto! El aterrizaje fue terrible. Y, cuando me di cuenta de la que había armado, no tuve otro remedio que hacerme una bolita en la capa y huir de allí antes de que mi afilada lengua rompiera algo más que un intento de amistad.

Era una tarde muy fría, casi de invierno. Las hojas de los árboles comenzaban a ponerse mustias y la luna, blanquecina, sobresalía entre las nubes.

Estando yo como estaba, medio ebrio y con cargo de conciencia, acabé perdido en medio de la ciudad. Y, aquella zona…aquella zona no la había visto antes. ¿Qué barrio estaba en fiestas? ¿De dónde salía esa delicada musiquilla de barraca? De repente, me entró un gran sopor y tuve que sentarme en un banco cercano a esperar que se me bajaran las burbujas de la última cerveza que había bebido. Y esa música, esa incesante música. Ya de por sí sonaba rara, entrecortada como un vinilo sonando al revés.

Me incorporé y después de vagar por aquellos desconocidos parajes, me encontré enfrente de un portal. De su puerta salió una chica con ricas ropas orientales que me invitó a pasar.

Había una fiesta. En el aire resonaba una alegre melodía. Una muchacha, cuya voz era acompañada por los dulces instrumentos de etéreas criaturas, cantaba una vieja canción épica para agradar a un viejo y cansado soldado recién licenciado.

Yo, aún confuso, me sentía maravillado por aquel festín, rodeado por gente que me trataba como si fuese un amigo de toda la vida. Se me ofrecía vino y ricos manjares que saborear mientras una de aquellas chicas me acompañaba a sentarme junto a un hombre mayor y de aspecto algo ya ebrio que en aquel instante comenzó a narrar viejas batallas acaecidas, quizá, hacía décadas.

Maravillado como estaba ante tantos lujos, ni siquiera prestaba atención a su historia y me dediqué a escudriñar cada escondrijo de aquel bello lugar, hasta que mis ojos se pararon en una chica que estaba en un rinconcillo del jardín.

“No te entiendo”, -pensaba yo hacia mis adentros, mientras me acercaba a su lado tras haber rebajado el vino con agua, pues aquel caldo empezaba a hace aflorar alegres coloretes en mis mejillas-.”Todo el mundo disfrutando de la noche y tú, en cambio, te dedicas a juguetear, apartada, con los nenúfares que flotan en ese verdoso estanque. ¿Qué puede hacer entristecer a una joven tan delicada? ¿Qué pérfida preocupación es aquel que envenena tu alma? Pues, no hay problema del corazón que una bella estrofa no pueda resolver.”

Envalentonado por el vino, me dirigí a la fuente del patio y llené una copa de plata con fresca agua de manantial. Tras acercarme tímidamente y con un ligero tambaleo, debido más a mi inseguridad ante aquella muchacha que al vino, me senté a su lado y le ofrecí la copa acercándosela a los labios. Ella, sin mediar palabra, la apartó educadamente y sin gesto alguno me dio la espalda con un ligero movimiento de cadera.

Apenado por ser rechazado, suspiré, me descalcé, metí los pies en el agua y me tumbé en el fresco césped a ver pasar alguna estrella fugaz contemplando a la vez el baile nocturno de los planetas. No traté de insistir otra vez, no merecía la pena. Por muy bella que ella fuera, no quería que nada ni nadie me arruinara ese momento.

Y así, pasaron los minutos, ella jugando con el agua y yo contando constelaciones que con el vino resultaban ser el doble de las enseñadas en la escuela: el Cangrejo, el Águila, el León, el Cazador, la Osa, la Vía Láctea y Andrómeda. Todas ellas con sus leyendas, las cuales no recordaba por los efluvios del alcohol.

De repente, la brisa se levantó y en su recorrido por todo el jardín agitó el cabello negro de quien me había rechazado. El destino quiso que con el viento, los pétalos de una rosa fueran a parar a mi cara. Ensimismado como estaba y con las cosquillas que me produjeron, un sonoro estornudo rompió la calma de ese lugar que me hizo retorcerme del disgusto. Incómodo por la situación, me incorporé rápidamente como si me hubiera sentado en un hormiguero. Ella, sorprendida, no pudo disimular una leve carcajada, y cuando paré de hacer movimientos más propios de un saltimbanqui, me miró fijamente y me sonrió. Avergonzado todavía, le devolví la sonrisa, aún un poco atontado. Ella pareció olvidar sus males pues me pidió una nueva copa con agua y de este modo comenzamos a hablar durante toda la larga noche de las leyendas de aquellas constelaciones.

3 comentarios:

IvI dijo...

Hola Pro! Cómo fueron los exámenes?
Lindo cuento. Y debe ser verdad que una mujer puede ser conquistada por muchas cosas pero verdaderamente se enamora de quien la hace reir.
Un beso y que engas un muy buen fin de semana, de descanso espero junto a alguna bella dama que se ria contigo:)

Protion9 dijo...

Pues los exámenes todavía continuan, asi que no conviene dormirse, jejeje.

Espero que tu también pases un buen fin de semana.

¡Besos!

Anónimo dijo...

ivi tiene razon, es un cuento muy bonito!ademas fue la primera vez que lei algo tuyo te acuerdas?la mejor manera de conkistar a una mujer es la risa aunq tambien pekeños detalles ayudan muxo no??jaja. un beso ct