martes, febrero 06, 2007

El teniente Burgermeister (III)

Retomemos la historia donde la dejamos.

Después de vencer a los terribles guardianes del desierto, Burgermeister regresó por la ruta alternativa cuando topó con el campamento de la legión francesa. Cautivo y desarmado, nuestro querido protagonista no tuvo más remedio que entregarse a los soldados frances. Todo parecía perdido, todos conocían las terribles torturas que los maléficos galos realizaban sobre los prisioneros de guerra, volviéndoles completamente afeminados.

Le dejaron durante todo el día al sol y le negaron tanto agua como alimento alguno. Y miren ustedes por donde que esta fue su salvación. Las aguas estaban contaminadas por el mismo Sander cuando días atrás tuvo aquella espantosa irritación intestinal. Al caer la noche todos los soldados se encontraban en un estado lamentable con espantosas fiebres y terribles dolores. El olor del campamento era terrible y todos temían por su vida. Burgermeister, pensando que si veían que el no caía enfermo le tomarían por el envenenador, optó por hacerse también el moribundo. Al olor de la podredumbre acudieron camellos de todas partes a darse el festín del año con los soldados caídos. Al acercarse uno de ellos a Burgermeister, le puso las cuerdas en la boca y sus afilados dientes la cortaron, pudiendo así nuestro heroe escapar de las garras de los gabachos.

Despúes de aprovisionarse de comida y munición, Sander continuó hasta Alejandría. Él, tan sagaz que era, recogió a todos los camellos que pudo, para así venderlos en el mercado y sacarse buenos dineros para colmar con más regalos a su prometida. Caminando y caminando, encontró en un pequeño oasis a un grupo de bereberes llorando a moco tendido. Sander se interesó por ellos y estos les contaron el motivo de su terrible desgracia: habían perdido una caravana entera de camellos al haberse desvocado cuando olieron el olor a carne cruda viniendo de los adentros del desierto. Sander, altruista y bondadoso como era, les mostró sus camellos. Los bereberes les reconocieron enseguida, y viéndolos tan lozanos y bien cuidados, colmaron a Burgermeister de regalos: alfombras, rubíes, especias y demás avalorios. No contentos con eso, le acompañaron durante todo el trayecto hasta la perla del Nilo y una vez que hicieron sus negocios, invitaron a nuestro protagonista a una fiesta que se celebraba en honor al caudillo de aquella caravana.

Las jóvenes del harén se maravillaron con las historias del teniente.


Entusiasmado, Sander acudió con sus nuevos orientales ropajes. Un bonito turbante en la cabeza, una chilaba con bordados de color carmesí y un bello alfanje, regalo del propio caudillo, con incrustaciones de diamantes y esmeraldas forjado con el mejor acero sirio. Acudieron a la fiesta todos los comerciantes del zoco, con gran pompa y también bellos vestidos y trajes. Las pipas de agua cubrieron el salón de la casa de una tenue niebla y los dulces dátiles e higos secos endulzaban el ambiente con su presencia. El hachís se servía en bellas bandejas de plata y de las teteras doradas salía un te con olor a jazmín que aligeraba los sentidos y fortalecía el alma. El suave vino español refrescaba pecaminosamente las gargantas de los árabes mientras que a Burgermeister le transportaba directamente al cielo. Cuando todos aquellos vapores condensados comenzaron a surtir efecto en los comensales, una música ligera comenzó a sonar y al son de los instrumentos de percusión salieron a bailar al menos una docena de jóvenes tan bellas que Sander no volvió a echar nunca más de menos a las valkirias de su tierra.

Totalmente ebrio, se dejo llevar, se descalzó de su rudo comportamiento prusiano y se zambulló de junto a las muchachas del harén en los baños. Allí agasajó a las jovenes con sus relatos y hazañas y estas, encantadas de poder tener a un hombre tan joven y valiente entre ellas le colmaron de mimos y caricias. El caudillo bereber se enfureció hasta límites insospechados cuando vio a sus muchachas dando de comer desnudas al teniente y mandó decapitarlo en ese mismo lugar. A Sander se le pasó bastante rápido la borrachera cuando vio a aquella turba enfurecida venir a por su pellejo. Despues de besar las manos de sus admiradoras, recogió sus cosas y salio disparado por la pequeña ventana de la habitación, perdiéndose por las estrechas calles alejandrinas.

Continuará...

3 comentarios:

IvI dijo...

Ves! Si hubiera dicho que los franceses lo afeminaron, a lo mejor quedaba como eunuco... y total entre chicas parece que estos señores no se preocupan ;)
Un beso!

Protion9 dijo...

¡Por los dioses ivi!Un hombre nunca puede quitarse virilidad de encima, y menos en un harén XD. Aunque te cueste correr desnudo por Alejandría, jajaja.

Un beso!

IvI dijo...

Por eso digo, mentir era el chiste!!!

Y eso de correr desnudo por Alejandría debe tener su puntito también XD

Un beso.