martes, enero 02, 2007

El derramamiento de tristeza de los dos amantes.

Agatomifesis y Endevuliadica eran dos amigos muy íntimos que se conocían desde la niñez. Al llegar a la adolescencia, sus caminos se separaron. Ella trabajaba con su padre en una granja cercana y él repartía el pan a los vecinos de los pueblos cercanos. Estando tan ocupados, dificilmente podrían coincidir. Pero no por ello habían perdido su amistad, al contrario: Agatomifesis pasaba una vez a la semana con su carro por enfrente de la casa de Endevuliadica y aunque sólo fuese durante 5 segundos, nuestra amiga salía a posar su mirada sobre él y la de él se cruzaba con la suya.

Daba igual que estación fuese, para ellos dos, todas les traían aires de melancolía, recuerdos de una infancia ya marchita de felicidad y mutua compañía. Y cada mes que pasaba aquella mirada tierna de infancia se fue convirtiendo en una mirada de fuego, un imán mutuo que hacía que sus corazones quisieran salir disparados del pecho.

Hasta que un día, Agatomifesis se armó de valor y fue deprisa a la granja a por su amada. ¡Cariño! se dijeron a su encuentro y se abrazaron y se besaron. Y así pasaron la tarde entera hasta el momento de la despedida entre sollozos y lágrimas, pues hasta dentro de una semana no se volverían a ver.

Ardientes fueron los días y difícil conciliar el sueño por los nervios del reencuentro. Al final llego el día y fue todavía más apasionado que el anterior y cuando cayó la noche, la luz de las estrellas prendió fuego en sus interiores y, desobedeciendo al cura, que bien les había explicado que ese fuego se convertiría en llamas del infierno si lo hacían crecer se amaron ricamente durante toda la noche.

Pero ay mis queridos amigos, no hay peor cosa que dejarnos llevar por el pecado y aquellos amados tuvieron que pagar bien caros sus desmanes, porque en aquel bosque testigo de sus caricias vivía un viejo diablo con patas de cabra, cuernos de cabra y hocico de jabalí que gustaba mucho de pecadores.

Una noche de luna nueva, hizo soplar frio viento que al pasar entre las ramas de los sauces convirtiose en helada ventisca a pesar de ser pleno verano. Como el destino es cruel y carente de empatía ocurrió que nuestros protagonistas tuvieron la idea de ir nadando desnudos hasta la otra orilla de la laguna donde había ricas moreras de dulces frutos.Así que los amantes sin protección y congelados no tuvieron donde resguardarse hasta que Agatomifesis encontró una manta lanosa y se acurrucaron junto a ella. ¡Ay desgraciados! Aquella manta no era lo que a todos los ojos mortales nos parecía que era, sino un despreciable engendro salido de las profundidades del Tártaro con el único propósito de capturar almas para alimentar los fuegos del averno. Inmediatamente despues de que Agatomifesis y Endevuliadica se dieran el primer beso entre el maldito engendro, éste les atrapó y se tiró rodando hacia la laguna para ahogarlos.

Pero hete aquí que si antes nos quejabamos de la crueldad del destino, sería éste el encargado de salvar a los dos enamorados, pues el bicharraco se quedo medio hundido en el fango y Agatomifesis y Endevuliadica mantuvieron la posibilidad de que pudieran respirar. Aun así la partida no estaba ganada, pues las aguas estaban muy frías y corrían el riesgo de sufrir una hipotermia espantosa que les dejase tiesos como palos.

Pensaron y pensaron una solución y no encontraban ninguna. Sus miembros estaban ya entumecidos y sus labios azules cuando a Endevuliadica se le ocurrió una solución. Se estiró lo que pudo y agarró con su única mano libre una zarza y a continuación con la otra por el interior de la manta comenzó a hacerla cosquillas. La manta comenzo a retorcerse de incomodidad y sin quererlo cada vez que giraba se iba enredando más y más en aquella zarza. Cuando nuestra amiga vio que estaba lo suficientemente enredada cogieron los dos impulso y se arrojaron aguas adentro en un último intento por salvarse. Con el peso la manta y los amantes se hundieron tirando con fuerza de la zarza que se apretó con fuerza, atravesando la manta con sus púas y asestando terribles heridas a su fino cuerpo. Muerta la manta se hundió y los muchachos pudieron salier a nado del frío agua.

No cabe decir que al día siguiente tomaron nota y se tomaron en matrimonio, alejando el pecado y ya no hubo demonio que les pudiese molestar en aquel bello paraje.

1 comentario:

Anónimo dijo...

esta historia esta genial!la verdad k me ha gustado muxo. mejoras dia a dia. sigue escribiendo y regalanos mas historias. 1 besito.CT