Si de desgracias se tratase, Mambrucia, la mantequillera, sería una de ellas. Toda una conjunción de autenticas blasfemias hacia la creación.
Comenzaré esta historia, no sin advertir antes a los aquí presentes, sobretodo a las mujeres, que presten atención a los hechos que me fueron narrados en un viaje que hice hace largos años en las Cascongadas.
No muy lejos de Donhostia había un pueblo bien conocido por sus mantecados y sus sobaos. Pero no era el dulce sabor de estos los que le daban la fama sino la mantequillera que los preparaba. Mucho se habla hoy en día del cariño y la atención que se prestan a los productos naturales, pero la delicia con que estos estaban preparados sobrepasaba todo limite humano por parecer creados directamente por alguna santa o beata.
Enterado nuestro protagonista, el muy noble Ambrosio de Ciencienos, se dirigió raudo y veloz a probar tan sabrosos mantecados. Dejo mujer y hacienda bajo el cuidado de su hijo mayor y partió el mismo día que se enteró hacia aquel pueblecito de la montaña.
Tras recorrer las largas millas que separaban ciudad y villa, por fin al cabo de diez días llego a tan famoso lugar. Allí no perdió tiempo en preguntar a los viejos por los famosos manjares del pueblo. No solo quedó fascinado por la calidad de estos, sino que empezó a pensar en la forma de sacar partido a tanto producto sin denominación de origen.
Durante días se dedicó a indagar sobre los ingredientes con los que estaban hechas las pastas, los panes, los pastelitos, los torreznos, etc, pero no encontró nada fuera de lo normal e inclusó vio que muchos de ellos provenían de la ciudad. Desalentado comenzo a perder la cabeza y a preguntar si el agua de aquel lugar había sido tomada por algún santo y cual fue su sorpresa que en aquel pueblo ¡ni había iglesia! Totalmente apesumbrado Ambrosio se dio por vencido y comenzó los preparativos para su regreso a Donhostia.
Pero tal que la suerte a veces nos rehuye y nos sintamos perdidos, los hados también nos preparan sorpresas en el camino, y si somos pacientes estos nos sonrien con toda su gracia. Así que mientras paseaba en su última tarde por el pueblo, Ambrosio se topó con la mantequillera del pueblo. Había oido que se encontraba triste y desolada porque hacía bien poco su zagal se había despeñado por la montaña y quizá ante tal dolor sus mantecados habianse vuelto amargos y desagradables.
Sintiendose conmovido por su desgracia, Ambrosio entró a la tienda a por unos mantecados, a pesar de que luego se los tirase a los patos. La chica, llamada Mambrucia le expreso su gratitud, pero le rehusó vender tal porquería, pues aquel hombre le había parecido apuesto y encantador y no deseaba su malestar. Ambrosio, al que ya le había llamado la atención la chica de busto hermoso y mejillas coloradas insistió en su condición de gentilhombre y le ofreció toda la ayuda que estuviera a su disposición.
No se sabe si fue el calor del horno de leña o el dulce aroma del ambiente, que al poco tiempo los dos se encontraban desfogando su fuego interno sobre una masa de hojaldre. Después de satisfechos, Ambrosio, ante la ternura de aquella moza, insistió altruistamente en si de verdad podía hacer algo por levantar de nuevo el comercio de la mantequillera. Ésta, sonrientemente le dijo que por hoy ya había hecho suficiente, tanto en el comercio como para su persona. Acto seguido se levantó, levantó a Ambrosio y metió rapidamente la masa en el horno a cocer. Ambrosio, todavía intrigado preguntó que que era aquello tan importante que había hecho por ella. Mambrucia, muy encantada y perdidamente enamorada de su nuevo amante le contó el porqué de la calidad de los alimentos de aquel pueblo.
Porque ante sorpresa de todos, y cuando decimos que los alimentos están mejor hechos con amor, en aquel lugar era literal tal frase. ¡Y cuanto se asombró Ambrosio al acordarse de lo desfogados y sonrientes que estaban aquellos habitantes! ¡Pues no era agua lo que hacia levantar la masa de trigo, sino el sudor del acto y no era buen rodillo el que diese masa tan fina, sino el continuo retoceo de dos cuerpos en pleno gozo!
Después de aquella noche, Ambrosio decidió abandonar mujer e hijos para dedicarse a la repostería, pues no hay nadie que rechace tan dulce oficio en ese pueblo.
-Fin-
4 comentarios:
hola!!!
Ves, ya te stoy escribiendo a ver si dejas de decirmelo en un tiempo.Esta historia me ha gustao muxo y como ya te dije me dejo sin palabras.jejejejej.
Ale, hasta otra!!!
Hermosa historia
protion!
Llego hasta tu blog a través del de Medraina, a través de Celtiberia.
No me recordarás de Celtiberia porque me dedico a leer y aprender.
Seguiré visitando tu blog y gracias por la historia.
Muchas gracias a las dos. Realmente agradezco mucho los comentarios, porque a veces me creo que hablo a las paredes, jejeje.
Volved cuando os apetezca.
¡Un saludo!
Lo que más me gustó (además de los nombres, que siempre son tan inspiradísimos) fue eso de que primero se levantó la mantequillera y luego lo levantó a él. Sospecho que es en este gesto donde se oculta el verdadero secreto de la exquisitez del pastel. De las infinitas maneras de comunicar que no hay nada como trabajar a gusto para obtener los resultados deseados, sin duda esta es de las más originales.
Enhorabuena ;-))
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